Tomé la vieja bicicleta del frente del portón que recién había cerrado, la monté y comencé a pedalear dejando atrás el pequeño conjunto donde vivía. Salí con mucha calma hacia el adoquinado de la calle y comencé a moverme junto a los autos detenidos por la congestión, me movía mucho más ágil que todos ellos, sobre el viejo caballito de acero.
Recién había llovido y las calles estaban encharcadas, tenía claro que podía llegar lavado a mi destino, pero no me importaba. En realidad lo único que me importaba era aclarar mi cabeza, pensar y tratar de entender todos los nudos en cada uno de esos pensamientos que se me venían a la mente. Era un callejón sin salida pero había que encontrar el camino para poder avanzar. Nunca comprendí que fue lo que ellos se enteraron o por qué su odio tan renuente hacia mí y tampoco entendí por qué se oponían a tan siquiera una simple conversación con ella. Sus padres me odiaban y aunque todo había sido difícil entre los dos, eso había pasado hacía mucho tiempo. Habíamos aprendido de todo eso y si fue por el sufrimiento que le pude causar en ese momento, pues nunca supieron del que yo tuve que padecer. Claro ya habíamos crecido y no íbamos a repetir los mismos errores, sabíamos que corríamos ese peligro, pero aún así, con todos esos defectos y heridas en nuestros corazones habíamos decidido olvidarlo y superar esas barreras que nos habíamos puesto para evitar hacernos más daño.
Pedaleé y pedaleé hasta llegar a los campos elíseos, allí donde la gente abunda en verano pero en otoño se advierten únicamente personas que necesitan despejarse a sí mismos de ciertas ideas. Esas ideas que se sienten tan incrustadas en la mente y amarradas al corazón que logran sobre ponerse a cualquiera que sea el clima.
Era un hecho que el amor que sentía el uno por el otro aún se mantenía. Habían pasado varios años y aún así, algo en su mirada me indicaba esa frustración por no poder estar junto a mí. Las nubes se oscurecieron y amenazaba con repetir la fuerte lluvia de la mañana, pero no importaba, seguiría ahí, sucediera lo que sucediera, tenía que lograr entender cómo ella podía dejarse opacar por un pasado, un mal entendido y no enfrentar una realidad que al parecer la atormentaba más que la ilusión de una felicidad que juntos habríamos podido alcanzar. Tenía que entender cómo podía un padre instigar a su hija a enfrentarse con él mismo, por un amor verdadero.
Comenzó a caer la fuerte lluvia que las nubes anunciaban y sobre la vieja bici seguí girando alrededor del parque pensando y pensando.
Nunca logré comprenderlo y finalmente llegué a la conclusión que uno siempre va a luchar por lo que uno realmente quiere. Si ella no decidió enfrentar la realidad de ese amor, la verdad de lo que en su momento sucedió y su sinceridad frente a sus padres; al parecer ese amor que decía en sus falsas palabras y que reflejaban sus ojos era tan solo una vieja ilusión que no existía sino en mi imaginación y un anhelo en mi corazón.
espero que esa conclusión no le haya roto el corazón al protagonista... duele darse cuenta de que lo que uno cree cierto es una ilusión!!!
ResponderBorrarMe suena a una historia conocida que me contaron hace años! :D
ahhh AUNQUE ME REGAÑES POR HACER SINDICATO, sería buenísimo que escibieras máaaasss seguido
ResponderBorrarMuchas veces queremos más de lo que nos quieren a nosotros...Duele, si, pero no es motivo suficiente para dejar de creer, para dejar de querer y para volver a ilusionarnos.
ResponderBorrarCreo que de eso se trata el juego del amor, caer lo suficiente hasta encontrar el que estaba hecho para nosotros.
P.D: Escribe más seguido....Extrañaba estas historias :)
Algo por ahí caló en mi, como si fuese tan ageno y tan propio a la vez.
ResponderBorrarMe uno a la causa, escribe mas seguido caray!
El amor es una sola ilusión.
ResponderBorrar¡¡Que buen post!!, ya estabamos extrañando las historias.